martes, 12 de marzo de 2013

Magia


Y después de tres años el cabrón me dice que necesita tiempo. ¿Se puede saber qué clase de tiempo necesita?

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  • Escoge una carta.
  • ¿La que quiera?
  • Sí, escoge la que más rabia te dé.
  • Esta.
  • Bien, mírala. No te olvides de ella.
  • Vale.

Barajó. Y de repente hizo una mueca con la boca… poco a poco se fue sacando una carta dobladita de entre los labios…

  • Ábrela.
  • ¡Está toda babosa!
  • ¡Anda tonta! ¡Ábrela!



Te quiero. Ponía.

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Y tres años después de ese te quiero me dice que necesita tiempo.

Pero yo sé por qué es… lo sé muy bien…

Porque soy demasiado buena, porque le he malcriado, he soñado un futuro con él y he pensado que era el hombre de mi vida.

Porque lo sigo pensando.

Y sé que él se ha ido con una pelandrusca que le dijo que quería follárselo en los baños de una discoteca, que le trata como a una basura, que no quiere ni en pintura una relación seria y que le ha dicho a la cara que nunca será el hombre de su vida.

Pero ellos prefieren a las malas.

Ha olvidado que en una relación hace falta la magia y que la magia es efímera, como la vida…

Puede que su truco nunca se vuelva a repetir…

Y puede que cuando se de cuenta sea demasiado tarde para los dos.
 
 
 
 

miércoles, 6 de marzo de 2013

El cuento del contador de cuentos


Una noche de enero, me vino a la cabeza el single que había sacado hacía un tiempo uno de mis cantautores preferidos y todo lo que me transmitió en su momento. Así, que decidí escribirle un escueto: “Gracias por tu música” en su página de Facebook.

Esperando la contestación, me sorprendí al ver que me respondió un chico que decía haber leído todas las entradas de mi blog.

Me hizo gracia el comentario y le contesté. Empezamos a mandarnos mensajes por el chat.

A los pocos días parecía que nos conociéramos de años.

Era un chico de mi misma edad, que vivía en Madrid pero era del norte,estudiante y fanático de Leonard Cohen, Bob Dylan, Nacho vegas…

Me hizo descubrir la maravilla que era “Alleluya”, “Suzanne”, “Like a rolling stone”, “Brujita”, “Añada de Ana la friolera”… y un montón de grupos y canciones del estilo.

Me encantaba pasar largas horas hablando con él por whatsapp y por teléfono.

Era un chico muy metódico, que estudiaba largas horas al día y sólo se auto dejaba hablar a la hora de comer y cenar.

Poco a poco, pese a todo y sin habernos visto en persona, nos encaprichamos.

Me contaba cuentos todas las noches por teléfono, gracias a él, conocí uno de los relatos que aún hoy, más me gustan, “La chica más guapa de la ciudad” de Charles Bukowski.


Quería venir a conocerme pero, por aquel entonces, no tenía sitio para alojarle y decidí ir a Madrid a la residencia de estudiantes donde vivía. Nunca he tenido mucho problema en escaparme a la ciudad.

Estuvimos juntos 3 días. Me llevó a sitios preciosos, a ver atardecer, a una caverna subterránea donde todas las paredes estaban escritas con poemas y los camareros con pajarita roja servían mientras un pianista con esmoquin tocaba piezas de jazz, a un recital de poesía...

Nos besamos por la calle, nos metimos mano en el metro, hicimos el amor como dos amantes que saben que nunca más se volverán a ver.

Y así fue.

Lo encontré frío el último día.

Se despidió con un simple beso en la frente y un: “Nos vemos pronto”.

Ante la situación desconcertante subí al bus y volví a casa.

Ya no le he vuelto a ver. Me dijo que me quería, que nunca nadie había hecho todo lo que yo había hecho por él y nadie le había dado tanto como yo durante esos tres días que estuvimos juntos.

Pero él era un tipo raro, un chico que amaba más sus estudios que las relaciones, al que le gustaba atormentarse para ser feliz y que quería sentirse desgraciado para poder escuchar las canciones de amor y desamor y sentirse identificado con ellas.

En cambio yo era una chica muy corriente, sonriente, con ganas de vivir, de amar, de sentir, de disfrutar, con ganas de ser simplemente feliz.

Así que no hizo falta un adiós. Simplemente bastó aquel beso en la frente y aquel “nos vemos pronto” para darnos cuenta de que el contador de cuentos nunca más volvería a marcar mi teléfono.



Pd: En la realidad me costó un poco asumir que una persona pudiera auto destruirse tanto para sentirse bien consigo mismo y me costó dejar de pensar en aquel contador de cuentos raro que en verdad solo había compartido conmigo cama 3 veces pero que a mí (encandilada por las relaciones complicadas y raras) me había hecho descubrir que la chica más guapa de la ciudad se había cortado el cuello para suicidarse.